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jueves, 22 de septiembre de 2011

El árbol que te quita la vida

Tengo una vida y me la he llevado hoy al cine a ver la última película de Terrence Malick, El árbol de la vida. Esta es la típica película que todo el mundo cree internamente que debe ir a ver al cine, ya que se ha estrenado -según mi percepción- envuelta en una atmósfera de distinción y metafísica que hace las delicias de todo pseudointelectual. Este aura impulsada por un gran reparto convierte este largometraje (literalmente, porque dura 2 horas y 20 minutos) en la versión moderna del cuento El traje nuevo del emperador, es decir, todo moderno que se precie se dirá a sí mismo y, sobre todo, lo comentará con  los modernos de su manada, que la película es una auténtica obra maestra del autor. Que ha provocado en él una orgía de sensaciones que erupcionaban en su interior una tras otra y a veces todas juntas y abrazadas durante 140 minutos. Sin embargo, internamente, sabrán que la película es un auténtico coñazo, capaz de sacar de la sala a 6 personas en un cine de Alicante un miércoles por la noche.

En mi opinión, El árbol de la vida tiene un hilo argumental (y digo LITERALMENTE 'hilo argumental', es decir, una imperceptible cuerda que une los acontecimientos sin sentido de la película) trillado y que personalmente aborrezco: Relaciones familiares tortuosas de amor-odio con un padre severo que en el fondo quiere a sus hijos y una madre que los mima sin parar. Dos formas de criar completamente radicales, distintas que, como no, provocan que papá y mamá no vayan a darles más hermanitos porque ya no se soportan. Además hay dinosarios, paisajes y más fundidos en negro que  los que tiene Kiko Rivera un sábado por la noche.

Esa historia cobra vida a través de un guión que apenas tiene más palabras que las instrucciones de las palomitas de maíz que deberéis comeros viendo otra película. Los personajes no hablan casi y, cuando lo hacen, es para hablar con Dios, un ser supremo que no responde porque o no existe, o Malick se lo ha gastado todo en los fondos de pantalla de Windows que invaden alrededor del 40% del tiempo del film y no le ha dado para el caché del Omnipotente.

La historia comienza con la muerte de un hijo, lo que, naturalmente, lleva a media hora de descripción del origen de La Tierra cuando la madre pregunta y se pregunta por qué se ha llevado a su hijo. Una vez que se llega al presente de la historia, cobra protagonismo el hijo mayor, a través de cuyos ojos se nos muestra a un padre autoritario, recto y severo que le decepciona profundamente por no predicar con el ejemplo que trata de imponerles.

La siempre cincelada en el mejor mármol del mundo Jessica Chastain interpreta su papel lo mejor que puede. Está más bella cuando llora y el director lo sabe, así que le da dos tranquimacines y le canta cosas tristes al oído mientras duerme para que dé vida a una madre que no deja de pasear y andar mientras llora, o se moja aquí y allá con los aspersores del jardín mientras corretea con sus hijos. Por lo que respecta a Brad Pitt, luce una bipolaridad paternofilial que, según dicen por ahí, era propia de los años 50 ("llámame señor", "ahora quiero que me quieras y me abraces", "castigadodameunbeso".), encarnando un personaje plano que no le va a hacer conseguir ningún Óscar. Eres el rival más débil, adiós. Lo más perturbador de todo es las caras que no deja de poner en la película.

Entre fundidos en negro y juegos de luces, hace su aparición estelar Sean Penn, que comienza su interpretación levantándose en una casa con una esposa con la que no interactúa jamás. Atribulado por lo que creo que es la muerte de su hermano (que, por lo visto, fue hace 10 salvapantallas, es decir, hacía 20 años en la historia), va a trabajar a un sitio con techos muy altos por el que se dedica a andar con la mirada perdida y las voces de los demás personajes que le hablan bajito, para darnos a entender que está absorto en sus pensamientos.

Una playa. Mucha luz. Agua clara, arena oscura. Mucha gente andando a su aire. No es un videoclip de los 40 Latino sino el final de la película. No ha pasado nada pero la madre y el padre jóvenes se besan y abrazan y besan y abrazan a sus hijos pequeños y a su hijo grande Sean Penn que también está ahí aunque luego se va para seguir a su hermano mayor que, en realidad, es pequeño.

No sé si todos están muertos o sólo algunos, si Sean Penn es el hijo mayor o es el mediano, pero me he pasado dos horas y media lamentando no haber ido a ver Cómo matar a tu jefe o Con derecho a roce. Porque a la hora de tirar el dinero, prefiero ver a los mismos gilipollas de Hollywood de siempre hacer las mismas cosas de siempre si, por lo menos, ello me permite ver algún torrrrrso maravilloso o echarme unas risas compartidas con mi acompañante.

ARTURO DIXIT

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