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martes, 26 de julio de 2011

Salto mortal generacional


Os daré unos minutos para que veáis el video que he conocido gracias a mi buen amigo Fran Esteva Sierra.

Aunque soy joven, terso y suave todavía, ya he sentido en mi piel el roce de la vejez. Saliendo de fiesta, por ejemplo, cuando con mis bien llevados 24 años he entrado en algún pub y me he sentido como un gordo sentado al final de un balancín elevando a 4 personas del otro lado, es decir, subiendo escandalosamente la edad media del garito. En el momento, me siento avergonzado hasta que, una milésima de segundo después, me doy cuenta de que tengo 24 años y que, en realidad, no soy yo el que está en el lugar equivocado, sino esas niñas con sus recién estrenadas tetas y sus acompañantes alegres de haber averiguado el fin de semana pasado para qué sirve que se les ponga dura.

Lo peor de todo es que ese pensamiento reconfortante sólo me calma unos instantes, porque en seguida me doy cuenta de que sueno como mis padres cuando hablaban de mi generación y vuelvo a sentirme viejo. Pero es que es cierto. ¿Cómo estas niñas, que deben de tener 14 años como mucho, pueden aludir al pene de un imberbe (Justin Imbierber JA, MALÍSIMO) o decir que les pone cachondas?

No obstante, no es esta sexualidad precoz la única señal en la que noto la diferencia generacional. El otro día volvía de tomarme algo con unos amigos. En la cuesta de mi casa me encontré a tres adolescentes jugando con monopatines, tirándose por la larga cuesta sentados,  riendo y HABLANDO SIN PARAR, sin decir NADA. Sólo por el placer de escuchar y de sentirse parte de la manada. Volví a sentirme viejo.

Sin embargo, a pesar de esta sensación que en ocasiones me asalta, no volvería por nada del mundo a la adolescencia. Soy un ferviente seguidor del tópico ese de que cada etapa de la vida tiene sus cosas buenas, aunque debo admitir que, en ocasiones, me da miedo caer en alguna de las famosas crisis de los 30 ó 40 y volverme loco, hortera o un puto payaso recauchutado, como le pasa a muchas personas.



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